Caballo de Troya
160 páginas
¿Por dónde empiezo? Empezaré diciendo que no tenía ni idea de quién era Elizabeth Duval antes de comprar el libro y que lo he leído conociendo poco al personaje. Eso está bien, supongo. Después de ver que bastante personas lo estaban leyendo (personas a las que considero interesantes, claro), me decidí a comprarlo sin tener ni idea de qué me esperaba. Escribo esta reseña justo cuando lo he terminado y sin dejar reposar (eso ya no está tan bien), con sentimientos contradictorios. No sé decir, al menos por el momento, si me ha parecido interesante o no.
Vayamos por partes, ¿me he sentido identificada? Por supuesto. Creo que es la primera vez que leo un libro escrito por alguien más joven que yo aunque adivino que somos de la misma generación (entre millenial y Z, para poner etiquetas) porque tenemos las mismas referencias. En este libro Rosalía se mezcla con Kant, Sílvia Pérez Cruz con la música techno y la lucha feminista con los chalecos amarillos. Y todo esto me parece bien.
Este brevísimo libro o diario de reflexiones nos muestra una pincelada de los pensamientos y quizás de las creencias de la autora más que de sus experiencias o de su vida. Como la voz narrativa reitera, todo lo que el libro recoge podría ser o no verdad, como en cualquier texto. Personajes que van y vienen, relaciones que podrían haber pasado o personas que, en realidad, nunca existieron. En este libro lo que pasa es lo de menos. Duval va haciendo equilibrios sobre los límites del lenguaje, de la ficción y de la literatura y hace lo equivalente a romper la cuarta pared, a mi parecer, de manera demasiado obvia y repetitiva (aunque, ¿se puede acusar de abusar del recurso después de enamorarse de Fleabag? Supongo que sí, porque en la serie tenía sentido). Prefiero la interpelación que me hacía Gisela Leal en aquel Maravilloso y trágico arte de morir de amor que tal vez si leyera ahora no me gustaría tanto.
Me siento identificada, como he dicho sí. Los temas de los que reflexiona me parecen interesantes, por supuesto. Las inquietudes de la narradora y las mías tienen muchísimo que ver. Pero, (inevitablemente tenía un pero), no me ha dicho nada nuevo, ni en cuanto al contenido ni en cuanto al lenguaje ni en lo que se refiere a la forma. Las comparaciones son odiosas pero Ben Brooks o Lucía Baskaran, por ejemplo, ya me lo habían contado antes.
No puedo evitar tampoco admitir que el lenguaje altisonante y la necesidad de aludir a conceptos filosóficos como para dejar constancia de que, efectivamente, se conocen, me han resultado algo molestos, algo así como la impresión de que esta Reina tiene algo de reinona. Los personajes y las historias parecen ser una casualidad, un pretexto para que la autora pueda vaciar en una hoja todos los conocimientos adquiridos en el doble grado en La Sorbona, y que al texto se le llame novela, y no "conjunto random de pensamientos y reflexiones escritos en una libreta sin nexos de conexión".
A pesar de todo, ¿os animo a leer este libro? Por supuestísimo. No os fiéis de mi lectura, haced la vuestra.
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