Traducción de Joan Fuster Ortells
La butxaca
234 páginas
Los libros también son eso, un refugio en el que buscar respuestas (eso no significa encontrarlas, necesariamente) y un espejo en el que mirarnos como individuos y como sociedad. Por eso, en realidad, no es tan sorprendente que en medio de la crisis del coronavirus, La peste de Albert Camus se haya vuelto a colar en las listas de más vendidos 73 años después de su publicación.
Efectivamente, es un momento idóneo para leer o releer esta obra en la que el reconocido escritor francés nos narra un episodio en el que los habitantes de Orán (Algeria) se enfrentan a una brutal plaga que acabará con buena parte de la población.
Es imposible, en estos momentos, leer esta historia sin dejar de hacer paralelismos y de encontrar similitudes por doquier entre la peste negra que nos relata Camus y la crisis del Covid 19 que nos ha tocado vivir. También los ciudadanos de Orán se lo toman todo un poco a broma cuando se encuentran aquí y allá alguna rata muerta y con mal aspecto en las porterías o en las aceras. En fin, será casualidad. Pero las ratas muertas se van acumulando, a algunos les salen unos bultos negros poco agradables y a los médicos se les van acumulando las visitas. Todo el mundo intenta hacer la vista gorda, pensando que eso solo les pasa a “los otros” y las autoridades van retrasando eso de tomar medidas porque la situación no es lo suficientemente grave y no hay motivos todavía para asustarse. ¿Os suena?
Pero lo inevitable siempre llega, claro, por más que cierres los ojos. Y también a los de Orán les llegó el confinamiento, el quedarse en casa, el no ver a seres queridos y el acostumbrarse a una soledad impuesta. Los médicos son los primeros en verlo venir, como no podía ser de otra manera. El doctor Rieux, el protagonista de este libro, va presenciando muertes y agonías viendo que muy poco se puede hacer por curar una pandemia para lo que no tienen ningún remedio efectivo y que se va llevando a unos y otros por igual. Muy pronto se dará cuenta de que esto va para largo y de que será una verdadera catástrofe para la población.
También en Camus hay quien intenta burlar las normas y quien hace negocio de ello a través, por ejemplo, del estraperlo. La falta de recursos obliga a abrir pabellones donde se atiende a los enfermos lejos de sus familias, las autoridades van haciendo recuentos y balances y el habitual bullicio de la ciudad queda sumido en ese silencio que resulta tan extraño. Pero en La Peste hay también solidaridad, médicos que van acumulando horas de sueño y personas que se dejan la piel buscando la cura para acabar con la plaga. Sí, podríamos decir que en Camus está todo, o casi todo, incluída la visión fatalista de que esta pandemia es lo que se merece la sociedad. En este caso, los sermones que el padre Paneloux dirige a sus fieles en los que asegura que esta plaga es un castigo divino ante el que no hay nada que hacer y del que nadie les podrá salvar ni a unos ni a otros. Porque la peste, como el coronavirus, tiene eso que nos parece tan épico de hacernos a todos iguales.
Razones para recurrir al libro hay de sobra y, además del qué, también el cómo está escrito vale la pena. En tercera persona y con un tono descriptivo que tiende a la objetividad, el supuesto cronista del relato -del que, por cierto, no conoceremos la identidad hasta el final– va haciendo una construcción de los hechos aunque no llega a ser aséptico. La emoción de los personajes y la descripción minuciosa de escenas cargadas de humanidad hacen de esta novela una pieza de un alto valor literario.
Está claro que solo en un clásico podíamos encontrar un espejo para esta realidad que, aunque nos parezca imposible, otros ya vivieron
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